sábado, 2 de mayo de 2009

El amor en los tiempos de influenza.

I

Hoy desperté con el sueño
a la orilla del párpado.
Una amiga de bien lejos
me ofreció sus condolencias
por el chat.
Yo le escribí un mensaje de optimismoque sirviera de hombro a su pesar.
Estamos bien,
nos estamos cuidando,
permanecemos en casa,
usamos cubrebocas…

Quiso decirme algo más
pero titubeó y dijo que tocaron a la puerta.
Siempre me acuerdo bien de vos, dijo.
Y puso la flecha sobre la cruz
como si echara el último puño de tierra.

Entonces me di cuenta de que
no la había dejado consolarme.
¿Y por qué había de hacerlo?

Estoy viva, pienso,
canto, leo, escribo,
cuestiono la identidad del puerco,
a ratos me enfurezco,
luego río,
mando asépticos besos por la web
y me formo en la fila
de los que se turnan para
dar respiración de boca a boca
a esta ciudad.

II

No lo veo...
pero el sueño anda por ahí…
adherido a la blanda incertidumbre.

Leo los chistes sobre la influenza
y río porque me gusta tanto
el color de las rosas
como llevarle la contra al padre Jorge.

Pero todos hablan hoy
de amor sin saliva,
de estornudos fabricados,
petróleos anhelados
y la pata del elefante
sobre el cuello de la hormiga.

Recuerdo a mi amiga
y sus condolencias
y entiendo…

Somos… ¿somos?
apenas el callo en la pata de algún monstruo
que a cada bocado se pone una má$cara
camina y nos aplasta
contra alguna filosa piedra.
Arranca un poco de piel
y se cuida en dejar otro poco
para pisar cuando el terreno es agreste.

Ayer dije que
había hecho bien mi amiga
en atender la puerta.

Hoy digo que
para que esta suripanta urbe
se quite de encima las lentejuelas
faltan aún muchos besos
(sin influenza)
que mandar por internet
y otros tantos amores que arriesgar.

Pero quiero cerrar los ojos
Y dormir un poco para traer de las orejas
a ese sueño que hoy no despertó.


Angélica Santa Olaya D. R.

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