martes, 2 de junio de 2009

Mi hombre obsesionado

Mi hombre obsesionado tapo su boca,
leyó inútilmente información sobre virus,
temió besarme tantas noches,
por si acaso el virus vivía en mi garganta.

Mi hombre obsesionado pensó saberlo todo,
discurrir eternamente sobre el caso,
enredarse solo en su discurso de la muerte,
controlar mis pasos infecciosos,
escudriñar a cada visitante,
lavarse insistente todo el cuerpo
y cubrirse con plásticos para empacar comida
sus partes más externas.

Yo morí entonces cada día,
porque su aliento no tocaba mi aliento,
porque mi piel no tocaba sus labios,
porque su mano no me tocaba más.

Y así ambos quedamos infectados sin quererlo
del miedo cruel , de la aversión
del uno por el otro.

Marina Ruíz.

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